martes, 10 de febrero de 2009

...moramoramoramor…


Cuando era niño algunas veces pasé vacaciones en República Dominicana y por esa época conocí a Dina.
Dina era una mujer muy interesante. Debía ser interesante para captar por horas mi atención, siendo yo un peladito pendejo de 9 años… estudió sociología en París y a lo largo de sus casi 70 años había viajado por el mundo entero y decidida ya a establecerse, se radicó maravillada por el paisaje y la gente, en Brasil. No era millonaria, pero podía tener una vida holgada sin ningún problema.

Dina no había nacido en República Dominicana, sino en Uruguay y por casualidades absurdas (y maravillosamente necesarias) se había convertido en la confidente de una señora hecha y derecha: mi abuela. Mi abuela y Dina, Dina y mi abuela… un dúo que marcó mi niñez.

En una de sus visitas a República Dominicana, Dina conoció a Pedro y se enamoró. Se enamoraron.
Pedro era un pescador. Amante de su pedacito de mar y feliz en su espacio.
Al contrario de Dina, él trabajaba para vivir. Algunos decían que pescaba para sobrevivir.
Dina se radicó en una pequeña playa cerca de la casa de mi abuela. Vivió ahí con Pedro por algunos meses, pero por cuestiones legales y de negocios tuvo que volver a Brasil.
La gente del pueblo e inclusive mi abuela, estuvieron de acuerdo en que Dina era mucho para Pedro y que por lo tanto ella se había aburrido de él y su pedacito de mar. ¿Qué podía hacer una mujer así en una playa casi desierta?.
Pasó el tiempo y no volvimos a saber de ella. Pedro siguió con la pesca y como siempre sucede, su vida continuó.

Exactamente a los 5 años de su regreso a Brasil al fin supimos de ella. Yo ya tenía 14 años y talvez fue la última vez que fui a pasar vacaciones en la casa de mi abuela… supimos que Dina volvía a República Dominicana.
Cuando fue a la casa, nos contó que en los años que estuvo en Brasil, logró resolver sus negocios, pero por cuestiones legales ella no podría quedarse, sino que debía volver. Entonces ahí es cuando viene la historia de amor. Dina buscó en Brasil una playa exactamente igual a la de Pedro, reconstruyó su vieja cabaña tal como ella la recordaba. Dina nos contó que se había llevado fotos de la cabaña y de la playa y que realmente había sido un arduo trabajo el reconstruir el pedacito de mar de Pedro.
Todo… la forma de la ensenada, el color de la arena, la llanta en el techo, el baño viejo y descolorido, la maceta de barro, las palmeras en el sitio en el que las fotos marcaban… todo. Ella buscó un paisaje igual y reconstruyó todo para que Pedro volviera con ella.
Y así fue, ellos viajaron juntos, Pedro a su cabaña y Dina a su adorado Brasil.


Tercer matrimonio al que asisto en menos de 6 meses. Casi la misma gente que la última vez… casi los mismos, casi el mismo estado, casi, casi la misma conversación. Pero esta vez empezamos a filosofar sobre historias de amor.
Mi amigo Alberto, a sus 40 años, colombiano que vive acá hace 12 años y con un divorcio a cuestas, nos contó la historia de Dina y de Pedro. Dina es real y vivió los años que le quedaban con Pedro en su playa reconstruída.

Demasiado freak dijeron algunos… yo estaba conmovida y no atinaba más que a escuchar y escuchar, pero el Alberto luego de acabar su historia sentenció: “y eso peladitos culicagados es una historia de amor, porque las historias de amor más berracas son las que se dan entre viejos”.
Yo le creo.
(un abrazo para el Nando que está triste y full buena vibra)

2 comentarios:

Di dijo...

He llegado a la conclusión que las historias de amor no son reales, sobretodo por que nunca te cuentan los detalles, las peleas, las cosas que salen mal...
Aparte esas historias son las que te hacen creer en cosas como "el amor lo puede todo" que tampoco es verdad, el amor no es suficiente en una relación

(si, estoy un poco pesismista con respecto al amor ultimamente)

Nando dijo...

Gracias corazon!

(Ayer le compre algo. Pase por mi blog para que vea su regalito)

ta ta