viernes, 17 de julio de 2009

Crecer (...a fish that has a secret wish...)

Nota importante: Si usted es una niña vea el video, que está lindo, y mejor no lea el post porque le va a aburrir. Si usted es un niño vea el video, lea el post y luego búrlese no más con confianza... ¡jajaja!)

Hice un test en el Facebook, algo de descubrir mi verdadera edad. Resultó ser que tenía 19 años. Me comenté a mi misma: “creo que ya es horita de madurar…”.

Estos 3 meses han estado llenos de cambios. Más que nada cambios internos, porque por fuera, todo sigue igual.
Primero me cuestioné la relación con mi familia cuando falleció un tío. Sorpresivo?, si, doloroso?, no.
Por qué?... porque talvez soy una rancia y no me interesa relacionarme casi con nadie de mi familia a pesar de que tengo buena onda con ellos. Se entiende?
Me dio pena por mis papás, porque a la final ellos se merecen una amistad con su hija y se merecen un atardecer feliz. Lo malo es que tengo casi 30 y siento que es tarde para formar lazos. Y siento que no tengo ganas de cultivar algo sin lo que he vivido desde hace mucho.
Supongo que me quedé en la etapa de rechazo a los padres (y derivados) de la adolescencia… yo que sé.
Siento que nuestra esencia es radicalmente diferente, sin el ánimo de menospreciar, porque nunca me ha faltado nada y siempre han sido muy responsables conmigo. Siempre.

Lo que más me afectó fue mi propia desidia. No me interesa formar lazos… no entiendo el porqué…
Sonó a queja?. No es queja, es desfogue nada más.

Enseguida murió un compañero de trabajo. Me afectó más de lo que creía, más que lo de mi tío. Tiempo de conocerle al Darío: 6 meses, tiempo de conocerle a mi tío: 27 años.
Eso es lo malo de vivir y trabajar lejos, que uno desarrolla vínculos fuertes con gente que al fin y al cabo son compañeros de trabajo. Y no es que formar vínculos sea malo, es simplemente que siento mi propia vulnerabilidad y eso me jode.
La última vez que le vi al Darío, salía en su carro rumbo a Quito, con un ojo gacho por la fiebre que le atacó la última semana que estuvo aquí. Yo tenía una piedrita en la mano y pensé malévolamente en lanzarle cuando bajó la ventana para despedirse. El Sr. Naranja adivinó mis intenciones y me dio una palmadita en la mano…
No le lancé la piedrita. Debí lanzarle en la cabezota. Debí gritarle que su ojo gacho estaba chistoso y debí preguntarle por su mejor amigo (un frasco GIGANTEZCO de Detan, porque siempre le picaban todos los bichos).
Todo eso pensé mientras me daban la noticia del accidente por celular. La piedrita era para él!.

Inmediatamente luego de cerrar el teléfono pensé que alguien debía recoger las cosas de su cuarto. Mientras recogía todo, pensaba que mis amigos no deberían morirse. Que la gente buena no debería morirse.
Pensamiento estúpido, porque un mundo lleno de gente buena sería aburrido. Nadie entendería mis sarcasmos, nadie me reprendería con palmadas en la mano y seguramente un piedrazo sería bien recibido. ¿Sobrepoblación de buenos y nobles? Guak!.
En el cuarto del Darío, encontré la pelotita azul. No sabía dónde había ido a parar esa pelotita azul que encontramos en la playa el Sr. Naranja y yo. Pelotita que tuvo mucho que ver en el fugaz romance que tuvimos con este niño Naranjita y que de una manera u otra me hace escribir todo esto.
Pelotita de mierda. Ahora está en mi cuarto, por el Darío. Y por el Sr. Naranja.

El Sr. Naranja… ahhhh… predecible. Era tan predecible, que cuando empecé a sentir cosas por ese mocoso (aquí para ser exacta), decidí que era por demás estúpido y que era mejor no decir nada a nadie.
Pasaron varios meses en los que yo rotundamente me negué a mi misma y en serio traté de no sentir nada.
Pensábamos igual, teníamos mil cosas en común y pasábamos bien juntos, pero de alguna manera presentía que todo iba a salir mal. Talvez sería el hecho de que tenía novia. O talvez el hecho de que además de trabajar juntos, vivíamos juntos en el Bosque de la China. O no, mejor era el hecho de que es el hijo del dueño de la empresa donde trabajo. Jajaja!!!
No les dije?, suena predecible! Y suena estúpido.

Nunca en mi vida he deseado tanto no haberme relacionado con alguien como esta vez. De hecho nunca me he arrepentido de querer a alguien, pero esta vez, daría cualquier cosa por regresar el tiempo y mantener el gusto ese, así de platónico, anónimo y lejano.
Porqué se acercó?... no sé, porqué insistió aún cuando le dije que se fuera? No sé… porqué me buscó mil veces y me puso cara de perro?... puta, no sé!!! (o sea… si sé, pero todavía no quiero creer que es un potencial hijo de puta…)
En fin, fue bueno mientras duró y si, ya se terminó. Porque su novia no se merecía semejante cagada, porque yo alguna vez estuve del lado engañado y todavía me duele. Ahora solo sé que yo tampoco me merezco lo que siento ahorita, pero qué le vamos a hacer.
Parecía buen tipo, por eso precisamente se ganó mi cariño, además hizo y dijo cosas que me hicieron sentir que todo era mutuo. Estúpida pequeña Nala.
Nota mental: No meterse con tipos con novia. No meterse con el hijo del jefe. Y de una vez por todas, no confiar tanto en la gente.

Otro problema de crecer es, supongo, dejar de confiar.

El Ragazzo Limón además de ser egoísta, egocéntrico y mala onda, resulta que también ha sido ladrón. Y de cuarta, porque le descubrieron junto a su compinche de huevadas.
Suena a esas historias que escuché varias veces de esas otras empresas con esa otra gente carente de ética… esa gente que no es digna de confianza.
Pero, resulta que el compinche del Ragazzo Limón se portó demasiado bien conmigo siempre. Dispuesto a ayudarme y preocupado por mí, como un papá sin ser exagerada. Le aprecio y sé que también me apreciaba mucho.

“Flaca, esa bestia peluda que te tiene así de triste, si te quiere” me dijo una vez cuando me cachó cazando tilingos en lugar de trabajar. Y cuando rebuznaba con los planos estructurales, me ayudaba sin chistar. No sabía nada de mi vida, no era mi confidente ni nada, era solamente un señor ingeniero con hijos de mi edad que me apreciaba. Calidad el señor, para qué negarlo.

El Ragazzo Limón en cambio, una vez me encontró sola en el baño del ultimo edificio en construcción escribiendo sentada sobre en un costal de cemento. Muy maduro de parte de la Petite ir a esconderse en un baño en construcción para escribir y despotricar en paz. El tipo llegó, me vio… y se me cagó de la risa.
Luego se sentó en el saco de cemento de al lado, ensuciando su ropa aniñada, y escuchó mis penurias, lamentos y despotricadas. Ahí fue cuando caché que el Sr. Limón además de egocéntrico y mala onda, también podía escuchar y consolar.
De una extraña manera, como agua y aceite, siento que empezamos a ser amigos ese día. Conversábamos más y hasta salimos a trotar algunas tardes… jajajaja!. Cada vez me convencía más de que el tipo era lo opuesto a lo que yo soy, pero eso no necesariamente es malo.
Vi que mientras yo soy la soñadora utópica, el man tenía planeado su futuro día a día. Mientras yo ando soñando en el príncipe azul, él prefirió hacer su postgrado antes que quedarse con la novia a la que amaba. Ni bueno ni malo, simplemente diferente.
Con el lío del robo (planillas que se sobrepagaron en sociedad con los maestros de obra) fue feo cachar que él también estaba metido en eso.
Llamó para darme las explicaciones del caso y a despedirse porque ya no iba a volver al Bosque de la China. “Sabes que eres la que más apreciaba de esa manada de pelmazos, de una u otra manera llegamos a ser unidos y te quiero mucho”.
Lo de las explicaciones de sus negocios truculentos no le creo. Le creí la segunda parte del aprecio y tal… jajaja!. A la final uno elige lo que quiere creer y cierra capítulos.
Siento que se jugaron el prestigio por nada. Siento que van a tener siempre un asterisco al lado de su nombre por el resto de su vida y siento que eso ya es un castigo suficiente.

Los demás, mis compañeros de trabajo y de vida allá en el Bosque de la China, se pusieron del lado moralista obviamente y además de apuntarles con el dedo, decidieron que los errores prevalecen sobre cualquier acción buena que ellos tuvieron y tal vez puedan tener en el futuro.
Yo no soy tan dura, pero sé que hacer leña del árbol caído es casi tan humanamente cuestionable como robar.
Siento que nunca más les voy a volver a ver y me apena. Pero es mejor, porque ya no confío en ellos.

Y eso… en pocos días más regreso al Bosque de la China. A evitar atar lazos que luego se romperán, a ser juzgada por ser “benefactora de ladrones” y a quererle de lejos al Sr. Naranja, pagando así mi propio egoísmo en cómodas cuotas.

No me gusta el panorama, pero es así y no hay nada que yo pueda hacer. Llevaré películas no tan introspectivas y me compraré un mp3 player para autistarme como se debe.

Adios.